–¿Estás bien? –preguntó Eric. –Sí, sí... aunque muerta de miedo. Gracias Eric –contestó Sophie. Eric la miró y se vio 25 años atrás, sentado en el patio del instituto junto a sus amigos, sin quitar ojo a aquella estudiante francesa de intercambio que había llegado hacía unos días, con un rubio nunca visto antes en el barrio, andares de estrella y una mirada como si le debieras no ya dinero, sino la vida. Era mayor, un par de años, pero eso a él le inquietaba lo mismo que una mota de polvo en la cazadora. Durante meses, Eric tuvo que abrirse paso entre otros chavales mayores, que la adulaban, le regalaban cosas y le ofrecían cigarrillos. Pero él tenía algo mejor: carisma. En aquella habitación a oscuras recordó el primer cine. El primer paseo. El primer beso. Y la despedida, cuando acabó el curso, con lagrimones, promesas ridículas y el intercambio de pulseras de colores. 25 putos años. –Así que eres tú... –dijo Eric. –Sophie. –Sí. No te reconocí al momento, pero cuando me diste la...
Estas son mis historias. Si no te gustan, tengo otras.