De un sueño profundo te despiertas atontado. Pero lo que sintió Eric cuando entreabrió el ojo derecho fue el martillo de Thor caer sobre su cabeza. Estaba tirado en el suelo, formando una cruz con los brazos, la cara contra una superficie terrosa y húmeda. No oía nada. Quizá así era estar en el Cielo. Espero que tengan aspirinas en el Cielo, pensó.
Con dificultad levantó la cabeza, abrió ambos ojos e intentó que sus músculos reaccionaran a las órdenes del cerebro. Miró alrededor. ¿Dónde estaba? Aquello parecía un descampado, apenas iluminado por la luz de la luna y unas solitarias farolas a lo lejos, a unas decenas de metros, donde se alzaba un edificio en ruinas del que era difícil advertir si quiera la silueta puesto. Las farolas estaban a tanta distancia unas de otras que un elefante podía estar oculto entre dos de ellas y Eric ni lo vería.
Había películas de terror con paisajes más bonitos que aquél.
Consiguió ponerse en pie, como si se recuperara de un KO en el undécimo asalto. Vio una columna de hormigón tirada en el suelo, a un par de metros. La alcanzó, se sentó y empezó a pensar. ¿Cómo había acabado allí?
Primero se hizo una inspección física. Ni heridas, ni golpes, ni ropa rota o rasgada. Sólo la humedad de haber estado tirado en aquel sitio un buen rato. Luego se tanteó los bolsillos. Se sorprendió al encontrar el móvil, aunque no tenía batería. La cartera también estaba en su sitio, y no faltaba nada. También conservaba el reloj digital que le regaló su padre a los 18 años. Apretó el botón de luz. Eran las 4:17.
La cabeza se le iba despejando y trató de rebuscar en los recuerdos de la noche anterior la solución al crucigrama que tenía delante. Había quedado con un par de amigos. Primero unas cañas, tranquilos; luego cenaron en aquel restaurante indio cuyo solo recuerdo le dieron ganas de vomitar; después fueron a aquel club nuevo que se llamaba... ¿cómo se llamaba? Da igual.
Se esforzó en seguir añadiendo muescas a la la línea cronológica pero le costaba pensar. Tenía la boca seca, las venas de la cabeza parecían estar poniendo a prueba su capacidad de aguantar la presión arterial y sus músculos y huesos tenían la misma flexibilidad que los de un Ken.
No bebí tanto, ¿no? ¿Me habrán drogado? Hombre, un viaje gratis ni tan mal, ¿pero para qué? ¿Sería en el club? ¿Sería...? ¡Joder!
La camarera.
Recordó algo, como un flash. Rápidamente se metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón y sacó un papelito. "Sophie", estaba escrito. Justo debajo, una dirección y una hora: la 1:00. ¿Sería este el lugar? Pero si esto parece el escenario de Saw, no me jodas. ¿Quién va a tener una cita aquí?
Las endorfinas empezaban a espabilarle. Vamos, recuerda... La tal Sophie, si es que ese papel lo había escrito ella, le había servido una copa mientras le ponía ojitos, como a los otros 200 tíos que había allí aquella noche. Una técnica nada sutil con el objetivo de que bebas rápido y vuelvas a pedir otra copa para que te ponga ojitos otra vez... y tú te pienses que ahí hay tema, pero vamos, mientras tu cartera se vacía de billetes de 20 euros.
Eric no recordaba de qué, pero habían estado hablando, eso seguro. Se le venía a la mente alguna imagen difusa de risas, algún tonteo, échame un chorrito más, lo habitual... Pero algo pasó, o alguien dijo cualquier cosa y, de repente, un gesto brusco, manos que se alzan, bocas muy abiertas. Y gritos.
Muchos gritos.
(continuará)
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