Otra noche más frente a esa puerta. Restriega los viejos zapatos en el felpudo para quitarles un poco de suciedad y un mucho de dignidad. Un vano intento de redención.
Abre la puerta y el calor, humano y sudoroso, le sabe tan bien como la primera bocanada de un cigarro. No debería estar aquí. Una y mil veces se dijo a sí mismo que no volvería a aquel bar de mierda. La última ayer. Pero.
Se abre el abrigo y coge con vergüenza un asiento en la barra. Siente que todo el mundo le mira, le juzga. Ya está este aquí otra vez, bebiéndose el dinero de la pensión. Sin dejar de mirar al suelo susurra: "Lo de siempre".
Un trago.
Al otro lado de la barra está aquel tipo. Él sí va bien vestido y peinado, traje a la moda, reloj que parece caro, zapatos relucientes. Qué hará aquí. A veces se miran de reojo.
Otro trago.
Silencio. Más miradas incómodas. Un carraspeo por algún lado. No se mira atrás, nunca.
Otro trago.
Deja el billete en la barra, ya sabe lo que se debe. Se levanta y se encuentra con el tipo en la puerta. No deberíamos estar aquí. No volveremos a este bar de mierda.
Hasta mañana.
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