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El portero


6:30 de la mañana.

Fermín se levanta de la cama y se pone las zapatillas. "A ver si me compro unas nuevas", piensa mientras bosteza, tal y como lleva pensando años y años cada vez que se las pone. Sabe que no va a comprarse unas nuevas.

Se asea, se viste, se peina, se hace un café. Todo con lentitud y un ritmo asombrosamente regular. Cuando suena otra alarma, a las siete, él ya está ajustándose la corbata y abriendo la puerta del pequeño piso que, como portero de aquel viejo edificio, tiene derecho a ocupar, y de hecho ocupa, desde hace más de 30 años. 

Se sienta en su escritorio y abre, como cada mañana, un cajón de donde saca un cuaderno tamaño cuartilla que cierra con una goma elástica porque los apuntes, hojas y fotografías que ha ido añadiendo en su interior lo han hecho engordar como un pez globo. 

"El Santo Grial", lo llama. 

En esas páginas se resumen años y años de rondas: cuando los vecinos no están en sus casas, Fermín entra en ellas. Husmea, cotillea, revisa papeles, ordenadores, iPad, bolsillos de chaquetas o abrigos, hace fotografías. No hace nada malo. No roba. 

Recoge información, nada más.

–Buenos días, Fermín -dice el muchacho del 2ºA. Vive con su mujer. Jóvenes, guapos, treinta y pocos. Siempre es el primero en bajar. Lleva años diciéndole a su esposa que entra a las 8:00, pero en realidad entra a las 9:00. Queda con una compañera de la oficina todas las mañanas antes de fichar. 

–Buenos días, Fermín -saluda la adolescente del 4ºB. Está en el instituto, tiene novio (sus padres no lo saben) y hace un par de meses se hizo un tatuaje (sus padres tampoco lo saben). En todo caso, ambas cosas les parecerían maravillosas si se enteraran de que, a escondidas, fuma hachís.

–Buenos días, Fermín -aparece el tipo triste del 1ºA. Vive solo, tiene una hermana en algún sitio con playa, pero no se hablan. Deprime solo verle la cara. No trabaja desde hace años, pero sigue saliendo a la misma hora cada mañana. Vive de ayudas sociales. Su frigorífico está vacío, su armario hace tiempo que no ve una prenda nueva. Siempre regresa a la misma hora, a veces tambaleándose. Bebe bastante.

–Buenos días, Fermín -grita a la vez la marabunta del 3ºC. Una pareja con cuatro niños. Siempre salen de casa como si escaparan de un incendio. Los niños son insoportables, salvajes y, en concreto uno, no es del padre. El tercero. Ella lo sabe. Él no.

–Buenos días, Fermín -dice el anciano del Bajo A. El único que ha visto a Fermín cada día de estos 30 años. Se quedó viudo hace 8 años, después de cuidar toda su vida a su mujer enferma. Le ayudó a morir, incapaz de seguir viéndola sufrir. Lo hizo junto a una amiga de la familia, farmacéutica. La policía lo sabe. No le acusaron de nada. Se le ve en paz.

–Buenos días, Fermín -dice el padre de la adolescente del 4ºB, presidente de la comunidad, gilipollas integral, mientras coloca un folio en el tablón del portal –Hoy reunión urgente -le dice a Fermín, sin mirarle a la cara –A ver si solucionamos ya... lo tuyo.

"Lo tuyo". 

Fermín se levanta, se acerca al tablón y lee: "Primer y único punto del orden del día: venta de la vivienda dedicada al portero". 

–La comunidad necesita el dinero. Yo en tu lugar iría buscando un piso... y quizá un trabajo -dice el gilipollas integral.

Fermín le sonríe, vuelve a su mesita, se sienta y acaricia la cubierta de "El Santo Grial".

–No será necesario -murmura, mientras se le escapa una sonrisita hacia el gilipollas integral.


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