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Mostrando entradas de enero, 2021

Recuerdos (I)

De un sueño profundo te despiertas atontado. Pero lo que sintió Eric cuando entreabrió el ojo derecho fue el martillo de Thor caer sobre su cabeza. Estaba tirado en el suelo, formando una cruz con los brazos, la cara contra una superficie terrosa y húmeda. No oía nada. Quizá así era estar en el Cielo. Espero que tengan aspirinas en el Cielo, pensó. Con dificultad levantó la cabeza, abrió ambos ojos e intentó que sus músculos reaccionaran a las órdenes del cerebro. Miró alrededor. ¿Dónde estaba? Aquello parecía un descampado, apenas iluminado por la luz de la luna y unas solitarias farolas a lo lejos, a unas decenas de metros, donde se alzaba un edificio en ruinas del que era difícil advertir si quiera la silueta puesto. Las farolas estaban a tanta distancia unas de otras que un elefante podía estar oculto entre dos de ellas y Eric ni lo vería.  Había películas de terror con paisajes más bonitos que aquél. Consiguió ponerse en pie, como si se recuperara de un KO en el undécimo asalt...

La cita

Se sentó en la mesa elegida y se preparó a esperar. Ambos habían acordado el sitio, el día y la hora. La decisión final recayó en ese rincón casi oculto de un salón mal iluminado de aquel hotel de mala muerte en una calle perdida del centro. En realidad, era un lugar más apropiado para un intercambio de rehenes que para una cita, pero ambos buscaban intimidad y no les importaba el olor a desinfectante que subía desde el suelo. También habían convenido cómo iría vestido cada uno. Aún no sabe por qué, pero él dijo que llevaría pantalón vaquero negro y jersey rojo. Y no tenía ningún jersey rojo.  Tuvo que ir a comprar uno. Pensó que encontrar un jersey de un color primario no sería demasiado difícil, pero por lo visto los colores primarios en los jerseys de caballero están prohibidos. Cogió uno que parecía rojo. Incluso le preguntó a la cajera. "Sí, claro, es rojo", le dijo sin mirarlo siquiera.  Allí estaba, pues, con su jersey aparentemente rojo y su pantalón vaquero negro esp...

El truco

Otto nunca se tuvo a sí mismo como a un hombre con suerte.  Siempre que lo comentaba, algún listillo le soltaba: "La suerte no existe, será buena suerte o mala suerte".  Suerte la tuya de que no te dé una hostia.   No, suerte (de la buena) no tuvo nunca. Otto sabía que si algo le podía salir mal, le saldría mal. Si le tocaba ser suplente de vocal en una mesa electoral, el titular, por supuesto, no aparecería; si subía al autobús la tarjeta ya no tendría saldo y sólo llevaría encima un billete de 50 euros; si era domingo por la noche, la cajetilla de tabaco estaría vacía; si apuraba la bolsa de plástico con la compra del súper, se le rompería al primer paso; si se le caía algo en la cocina sería azúcar, sal o un huevo. Nunca agua. Cada vez que le ocurría algo así, pensaba: "No se puede tener más mala suerte". Hasta la noche en que alcanzó el cénit de su carrera de desdichas.  Decidió ir a un espectáculo de magia tras comprar una entrada con un descuento imposible...