No le gustaba demasiado volver a su barrio de la infancia. Cuando estaba por allí sentía una doble sensación de nostalgia y desapego, de bonitos recuerdos y lugares para olvidar. Como ese helado de vainilla que estás disfrutando y, de repente, te punza los dientes. Siempre que regresaba caminaba con la cabeza baja, una manía que cogió las primeras veces que volvió a esas calles, cuando no quería que le reconociera ninguno de sus antiguos vecinos, conocidos del colegio, sus padres o el panadero. ¿Cómo te va la vida? ¿Dónde vives ahora? ¿Te has casado? ¿Tienes hijos? ¿Me das un cigarro? Qué preguntona es la gente. Llevo sin pisar el barrio años y quieres que te cuente mi vida. Si a mí no me interesa la tuya. Muchos tiempo después, aún seguía caminando así, contando baldosas. Pero era ya por inercia: no quedaba en aquellos viejos edificios una sola cara conocida. Más aún, las tiendas de sus años jóvenes habían desaparecido y los bares seguían teniendo el mismo letrero, sí, pero detrás de ...
Estas son mis historias. Si no te gustan, tengo otras.